Martín Lousteau en la BCBA
Pocos días antes de ser nombrado Embajador en los Estados Unidos, Martín Lousteau ofreció en la Bolsa una disertación que repasó los últimos años de la vida económica del país para dilucidar “lo que la Argentina fue, lo que estructuralmente es, y lo que puede llegar a ser”.
“Éste es un país extremadamente volátil: en los últimos 37 años hubo 17 recesiones y 7 u 8 crisis sistémicas”. Así, con esta suerte de título periodístico de lo que sería la crónica de la historia económica reciente en la Argentina, arrancó su charla en la BCBA el economista y político Martín Lousteau. A mediados de noviembre del año pasado, antes de su designación como Embajador en los Estados Unidos, Lousteau fue convocado para hablar en la Bolsa en el marco de la 32ª Asamblea General de la Alliance of Business Lawyers (ABL), entidad que agrupa a más de 900 abogados en 34 países alrededor del mundo, y que en la Argentina está representada por el estudio jurídico Forino-Sprovieri-Dell’Oca-Aiello. Acompañado por el gerente de Desarrollo de Mercado de Capitales de la BCBA, Claudio Zuchovicki, el actual Embajador compartió con el auditorio una extensa conferencia en la que –una vez más– demostró ser portador de un pensamiento agudo y movilizador en el campo de la política económica.
En el inicio de su disertación, Martín Lousteau rememoró la última gran crisis argentina iniciada en 2001, con el objeto de enumerar y describir sus consecuencias económicas: “¿Qué fue lo que llevó al país a la crisis económica? Los procesos de crecimiento de la Argentina se agotan cuando el país sufre, concomitantemente, dos problemas: los de los sectores externo y fiscal. El fin de la Convertibilidad fue eso: el tipo de cambio real estaba dentro de los registros más bajos de la historia, y además estaba el problema fiscal (no en el nivel primario, pero sí producto de la carga de la deuda, que tenía unos intereses muy altos). La crisis fue devastadora, social, económica y políticamente, pero a pesar de ello limpió esos dos problemas de golpe. La Argentina pasó a ser híper competitiva y a tener superávit fiscal con un bajo nivel de demanda sobre el gasto del Estado. ¿Por qué? En la Semana Santa de 2002, la devaluación fue de 1 a 3,90 pesos; por la capacidad ociosa que había en aquel momento, la inflación subsiguiente fue del 40% al cabo del año. Eso significó un enorme aumento en la recaudación con una muy baja demanda sobre el gasto público, en un momento en el que además no se pagaba la deuda. En ese contexto de capacidad ociosa sin estrangulamiento, la Argentina empezó a crecer a lo que denominábamos tasas chinas”.
“Por aquel entonces yo era asesor del presidente del Banco Central”, recordó Lousteau. “En 2003 la inflación fue de 4,6%, y en 2004 fue de 6,2%. Podíamos aumentar la emisión de dinero, pues antes había habido una enorme restricción monetaria. La demanda de dinero crecía y la podíamos satisfacer porque, además, había una capacidad ociosa del 25% y una gran cantidad de fábricas paradas. A la Argentina le llevó hasta el tercer trimestre de 2005 recuperar el pico de producción previo, que se había registrado en octubre de 1998, y rebotar sin mayores problemas, sin grandes tensiones en el termómetro de la economía. Mientras crecía la economía y, de a poco, crecía el precio de algunos de los productos que el país comercia internacionalmente, el Estado podía retroalimentar dicho crecimiento con más gasto público, sin considerar el problema fiscal. Seguía creciendo fuertemente la recaudación en términos fiscales, y también crecía fuertemente el PBI real y los precios de los productos importados; entonces podíamos gastar cada vez más sin tener el problema de un recalentamiento de la economía por el exceso de demanda que suele generar la inflación. ¿Hasta cuándo? Hasta que, después de la recuperación local, el mundo nos regaló el precio de la súper soja, que pasó de valer 200 y pico de dólares la tonelada a valer 600 dólares. Con esos recursos, en lugar de hacer política anti-cíclica, la Argentina siguió gastando y expandiendo el tamaño del sector público. Entramos en la segunda etapa: cuando la economía ya había rebotado y empezamos a recalentarla, producto de seguir gastando de más. Y luego vino la crisis financiera internacional, que hizo caer el precio de la soja. Pero el Estado ya se había acostumbrado a gastar más; entonces, ¿qué decidió?: estatizar los fondos de pensión. Cuando eso se acabó, decidió que había que utilizar las reservas del Banco Central; cuando eso también se terminó, decidió financiar el gasto con emisión de dinero. Hasta que llegó el cepo al Dólar”.
“A medida que se continuó expandiendo el gasto público y se siguió generando inflación, también se empezó a atrasar el tipo de cambio. En la Argentina, las dinámicas del atraso del tipo de cambio se aceleran mucho más que en otros países porque, como ya tuvimos tantas crisis de este tipo, todos salimos a comprar dólares y acentuamos el proceso. Considérese que, de todos los países del mundo, el nuestro es el segundo con más dólares físicos por habitante: el primero es Estados Unidos; el tercero, Panamá, que usa el Dólar como moneda propia; el cuarto, Rusia; y el quinto, Corea. La aceleración de la crisis de la balanza de pagos (provocada por la caída de las reservas, producto del atraso del tipo de cambio y del problema energético) y la imposibilidad de acceder a los mercados generaron una incertidumbre sobre el tipo de cambio futuro. ¿Cuáles eran las posibles soluciones de corto plazo? Las tuvimos a todas: devaluación (enero de 2014); controles de cambio y restricción de divisas; alquiler de dólares (swap con China); licitación de la banda de 4G; arreglos con el Club de París y con Repsol; Ley de hidrocarburos excesivamente generosa… La crisis de 2001 nos había dejado algunas enseñanzas que tienen que ver con la acumulación de poder y con ciertas concepciones erradas: aquello de que la política se tiene que imponer a la economía: ‘Si yo, desde la política, puedo manotear tu caja antes de que vos manotees la mía, yo te gano la batalla’. Eso no es ni ‘ortodoxia’ ni ‘heterodoxia’: eso se llama caja-doxia. Así es como la política se impone a la economía, aunque cada vez le genere más problemas…”.