Hombres de Mayo en familia (I)
En esta nota, la Licenciada en Historia Susana Frías presenta un estudio historiográfico sobre la vida social de los héroes de 1810. La fuente para esta investigación fue el Archivo Histórico de la Parroquia Nuestra Señora de la Merced.
Desde hace unos años, el afán por hacer a los próceres más humanos –por “bajarlos del bronce”, según una expresión en boga– ha llevado a bucear en sus vidas sacando a la luz amoríos, hijos naturales, y otras especies no siempre comprobables y a veces maliciosas –o, cuando menos, distorsionadas respecto de la verdad–. No es malo ver a nuestros próceres en su parte humana, pero ello no necesita de notas picantes; sólo basta asomarse a sus vidas y conocer sus entornos familiares y sociales para convertirlos en personas de carne y hueso que –al igual que nosotros hoy– nacieron, vivieron, compartieron sus vidas con otros, y finalmente murieron como cualquier ser humano.
Recordemos que la Junta provisional de Mayo de 1810 estuvo compuesta por un presidente –Cornelio Saavedra–, dos secretarios –Mariano Moreno y Juan José Paso–, y siete vocales, a saber: Miguel de Azcuénaga, Juan Larrea, Juan José Castelli, Domingo Matheu, Manuel Alberti y Manuel Belgrano. No era un conjunto homogéneo, pues en él confluyeron hombres que estaban decididamente por la independencia, aunque no lo dijeran abiertamente: en tal sentido, el presbítero Alberti representaba al clero criollo que simpatizaba con las ideas de éstos. El segundo grupo, conformado por Moreno, Larrea y Matheu, representaba los intereses del comercio español y buscaba mantener el poder en manos de ese grupo. Conviene adelantar que la mayor parte de ellos estaba entre los cuarenta y los cincuenta años, excepción hecha de Juan Larrea –que contaba apenas veintiocho– y de Mariano Moreno –que tenía, en 1810, treinta y dos años–.
El vocal más joven, Juan de Larrea, llegó a la ciudad en 1803, procedente de su Cataluña natal. Vino en compañía de su madre y de sus hermanos –ya fallecido el progenitor–, e inmediatamente formó una compañía de comercio con un coterráneo. Su éxito como armador de buques comerciales hizo que en 1806 se lo nombrara síndico del Real Consulado. No fue el único de la familia que ocupó posiciones de importancia: el más destacado fue Ramón, quien formó parte del regimiento de Granaderos a caballo conformado por San Martín e intervino en política. En 1814 era Comandante de la escolta del gobernador Posadas, y estaba encolumnado entre los partidarios de Alvear, por lo cual fue desterrado junto con su hermano en abril del año siguiente. Regresó a la vida pública recién en 1829, poniéndose a las órdenes de Lavalle; al ser elegido Rosas como gobernador, pasó nuevamente a la vida privada.
Otro hermano, Bernabé, fue funcionario, empleado de la Real Hacienda, hasta su muerte en 1813. La única mujer de la familia, Tomasa Antonia, contrajo matrimonio en 1814 con el coronel Ventura Vázquez –más adelante destacado miembro del ejército uruguayo–, siendo testigo Carlos María de Alvear. Las vinculaciones comerciales y sociales hicieron que Juan de Larrea fuera elegido padrino en varios bautismos de sus coterráneos o de miembros del comercio. En 1806 apadrinó a María Juana Josefa de la Candelaria, hija del comerciante catalán Juan Bayá y su esposa María Eugenia Canaveris. Muy estrecha debe haber sido la relación entablada con este matrimonio, pues Larrea fue elegido como padrino de Domingo Mariano en 1807, de Juana María Josefa en 1809, y de María Antonia en 1811. Meses después de su primer padrinazgo, formó parte de la Junta de guerra que capituló ante los ingleses: el desconocimiento de los términos hizo que Juan tomara como modelo el libro militar del marqués de la Mina, del que obtuvo los términos de la rendición. Al año siguiente, al conformarse los cuerpos militares, se incorporó a los Voluntarios de Cataluña. Larrea fue elegido miembro de la Junta provisional cuando sólo contaba veintiocho años. Cornelio Saavedra lo eligió padrino de uno de sus hijos, quien fue bautizado el 17 de agosto de 1810 y recibió los óleos de otro miembro del gobierno, el presbítero Manuel Alberti.
En febrero del año siguiente, don Juan fue padrino del hijo del representante de Santa Fe en la Junta Grande, el que fue bautizado por el deán Gregorio Funes, representante en ella de Córdoba. Los lazos espirituales ponían un paréntesis a los fragores políticos, e incluso creaban vínculos que los atemperaban. Como miembro de la Asamblea General Constituyente de 1813, Larrea impulsó la creación de la marina; sus actividades como fundador de la fuerza y diputado no le impidieron continuar con su vida social: en abril de ese mismo año, volvió a ser elegido padrino de un hijo de Manuel Pizarro y de su esposa, Teodora Javalera. A raíz de la caída del director supremo Carlos María de Alvear, Larrea fue desterrado y residió varios años en Francia; regresó, pero al poco tiempo fue designado cónsul en Burdeos, cargo que ostentó hasta 1830. Volvió al país, pero en junio de 1847 puso fin a su vida.
El secretario criollo
Mariano Moreno era hijo de Manuel Moreno Argumosa, santanderino que había arribado al Río de la Plata a fines del siglo XVIII y se casó con la criolla Ana María Valle y Contamina, con quien formó una familia numerosa aunque muchos de sus hijos fallecieron muy jóvenes-. La esposa de Mariano era hermana de Tomás Antonio, congresista en 1813 y partícipe de muchos otros sucesos de la época. En los libros parroquiales están registrados algunos datos de la familia Moreno, entre otros el bautismo de María Micaela Wenceslada, nacida en 1789 y apadrinada por el tío Tomás Antonio y la abuela materna doña María Luisa Ramos. Tres años más tarde nacía José Eusebio Manuel, ahijado de doña Luisa: este hermano actuó como oficial tercero en la secretaría de la Asamblea General Constituyente y fue padre de José María Moreno, quien llegó a ser vicegobernador de Buenos Aires.
Los libros de matrimonio registran el enlace de María de las Nieves Moreno, efectuado en 1812, ya fallecidos su padre y su hermano Mariano; vivía su madre, quien actuó como testigo junto a su hijo José. La partida consigna que su esposo, Juan Badlam, era natural de Boston. Mariano había sido enviado por su padre a Chuquisaca, Bolivia, con la esperanza de verlo convertido en sacerdote; pero no sólo no se cumplió la expectativa, sino que además el joven regresó casado –en esa época había que contar con la anuencia paterna– con María Guadalupe Cuenca, y recibido de doctor en leyes. Se conoce una carta del franciscano Cayetano Rodríguez –respuesta a Mariano, todavía en Chuquisaca– donde le recomienda regresar y ejercer su profesión en Buenos Aires; también le expresa que intercederá ante sus padres para que lo reciban y acepten. Moreno padre alcanzó a conocer a su nuera antes de morir, lo que sucedió el 20 de diciembre de 1805; según se desprende de la partida, fue enterrado en el camposanto del convento de los padres recoletos franciscanos.
Pronto, Mariano se relacionó con el grupo exportador del Consulado porteño, especialmente con Martín de Alzaga, tanto que fue su abogado defensor después de la asonada de 1809 –cuando fracasó el intento de deponer al virrey Liniers–. Ese mismo año moría su hijita María del Tránsito, que había nacido el 14 de agosto de 1807, bautizada dos días más tarde y sostenida en la pila por su tía materna, María del Rosario Valle. La párvula fue enterrada, como su abuelo, en la Recolección. No hay en estos libros, en cambio, información respecto del hijo varón, Mariano, quien fue coronel ingeniero. La incorporación de Moreno a la Junta provisional ocurrió a sus treinta y dos años, edad a la que falleció en viaje a Europa, el que emprendió por encargo del flamante gobierno. Aunque no hay información referida a Manuel, es conocido que se graduó de médico en Estados Unidos. Acompañaba a su hermano como secretario, y años más tarde escribió sus Memorias. En el relato sobre el viaje, Manuel asegura que su hermano embarcó con algunos malestares que el médico atribuyó a los sinsabores políticos; los mismos se agravaron y le fueron minando la salud. En la minuciosa descripción del médico no hay ninguna insinuación o sospecha respecto de un posible envenenamiento.