Felipe Llavallol, hombre de sutil grandeza
Fue el primer Presidente de la Bolsa, pero fue mucho más que eso… Su carrera política es ejemplo de la templanza y el buen juicio requeridos en tiempos difíciles.
Aunque parece haber cumplido con todas las condiciones para integrar el listado imaginario de prohombres nacionales de la segunda mitad del Siglo XIX, las historias argentinas -siempre arbitrarias en algún sentido- presentan su figura en un discreto segundo plano. Este desatino no oculta, sin embargo, la gran virtud que ha hecho del primer Presidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires uno de los personajes clave de la organización institucional y económica del país: el don de haber estado, durante toda su trayectoria pública, en el momento justo y en el lugar apropiado… para hacer lo correcto.
Nacido el 26 de diciembre de 1802, Felipe Llavallol heredó de su padre catalán la pasión por la actividad comercial y, tras haber finalizado sus estudios, se dedicó a consolidar su propia posición económica a través de Llavallol Hermanos, una de las firmas más fuertes de la época. Serio y discreto, aunque adicto a una intensa vida social, Llavallol fue designado en 1847 miembro del Tribunal de Comercio, entidad que procuraba zanjar conflictos de orden mercantil en una etapa signada por desencuentros de todo tipo. Este nombramiento vincularía para siempre el destino del hombre de negocios con el de la Bolsa de Comercio, cuya primera reunión formal tendría lugar algunos años después en el local del propio Tribunal.
Pero no era tiempo aún: la segunda mitad de la década del 40 sería recordada más tarde como el período del terror infligido por el presidente de la Confederación Argentina, Juan Manuel de Rosas, a sus opositores, entre quienes episódicamente se incluía a los miembros de la Sociedad Particular de Corredores “El Camuatí”: “A principios del año 1846 existía en la calle Florida (…) un escritorio de cambios perteneciente al corredor E. Achinelly (…). …Allí concurrían generalmente todos los corredores con el objeto de realizar sus transacciones. Esto duró poco tiempo, pues el fin trágico del desgraciado dueño de casa (fue degollado por la Mazorca) puso término a dichas reuniones”. La crónica pertenece a Miguel Beccar, quien por entonces se desempeñaba como dependiente de “El Camuatí”.
La Batalla de Caseros, que tuvo lugar el 3 de febrero de 1852, determinó el ocaso militar y político de Rosas. La posterior e inmediata transición institucional del año 52 -durante la cual el vencedor de la contienda bélica, Justo José de Urquiza, fue designado director provisorio de la Confederación- significó también el inicio de la carrera política de Llavallol. Electo diputado nacional y presidente de la Cámara, desde entonces el futuro hombre de la Bolsa aportaría buen sentido y mesura a los asuntos públicos, en una época que empujó a muchos de sus aliados y adversarios a una insensata anarquía.
Para aproximarse al ideario de Llavallol es menester consultar los objetivos redactados en el estatuto del “Club del Progreso”, asociación que el propio Felipe fundó el 25 de mayo de ese mismo año junto a algunos amigos de la ilustre Generación del 37 (José Mármol y Miguel Cané, entre otros): “…Borrar prevenciones infundadas, creadas por el aislamiento y la desconfianza, uniformando en lo posible las opiniones políticas por medio de la discusión deliberada, y mancomunar los esfuerzos de todos hacia el progreso moral y material del país”. En los salones del Club del Progreso se gestaron las revoluciones de 1880 y 1890. Allí mismo, antes de esos sucesos, fue concebido el primer reglamento de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Ya era tiempo.
La Bolsa… y la paz
La renovada disputa política Nación-Provincia -con Buenos Aires otra vez aislada de la Confederación- fue el más amargo fruto de Caseros, e impidió que el hito de la Constitución Nacional de 1853 representara algo más que una promesa institucional de largo plazo. “¿Somos una Nación? No. ¿Una provincia? No”: así se lamentaba José Mármol en el diario “El Mercurio”. Corría 1854 y, en esa cuna de gravedad política que tan bien ha descripto el periodista bursátil Carlos Fontana, el 10 de julio quedó constituida la Sociedad Bolsa de Comercio de Buenos Aires. El Acta -que llevaba la firma de los 118 presentes durante la asamblea presidida por Francisco Balbín, y designaba a Llavallol al frente de la institución- había tenido como antecedente inmediato el “Reglamento para el establecimiento de una Bolsa Comercial en Buenos Aires, aprobado por el Gobierno”, según informara el periódico “La Tribuna” en su edición del 6 de julio. “Durante el tiempo que medió entre la firma del acta y el instante de la verdadera inauguración de la Bolsa, los organizadores trabajaron para obtener más adhesiones, tanto del comercio como de los corredores -relata el libro editado en oportunidad del Centenario de la Institución-. Por fin, a principios de diciembre las dificultades fueron superadas y el día 6 la Bolsa inició sus actividades”. Un año más tarde, hacia el final de su presidencia, Felipe Llavallol informaba durante la asamblea del 13 de agosto de 1855: “…Queda establecida una asociación respetable, no sólo por su clase, sino también por el número de miembros que la componen”.
Satisfecho de comprobar cómo la Bolsa daba sus difíciles y resueltos primeros pasos, Llavallol aún debería tomar la más alta responsabilidad de su carrera política. El 23 de octubre de 1859, el ejército de la Confederación venció a las fuerzas de Buenos Aires en la Batalla de Cepeda. Los 20.000 hombres del General Urquiza autorizados por el Congreso Nacional a avanzar sobre la Buenos Aires rebelde, por un lado, y la actitud beligerante de los dirigentes porteños que rechazaban la Constitución del 53, en el extremo opuesto, anunciaban un inminente baño de sangre entre hermanos. Sólo la renuncia del gobernador de Buenos Aires, Valentín Alsina, y la asunción al cargo del entonces vice, Felipe Llavallol, ofrecería alguna esperanza de reanudar la negociación pacífica. Encarnada en el ex Presidente de la Bolsa, la vieja consigna del Club del Progreso que bregaba por uniformar las opiniones políticas por medio de la discusión deliberada fue finalmente oída, y el 11 de noviembre se firmó el Pacto de San José de Flores. “Buenos Aires prometía integrarse a la Confederación, y la Confederación ordenaba el retiro de sus tropas fuera de la provincia -explica el historiador Alejandro Larguía-. Se salvó la situación y hubo un período de paz. Duró poco. Pero el Pacto evitó la catástrofe…”.
El 3 de mayo de 1860, Llavallol entregó la gobernación de Buenos Aires a Bartolomé Mitre. Ya había concluido la década del 50, y con ella los años de oro en los que el primer hombre de la Bolsa se las ingenió para hacer lo correcto, en el momento justo y el lugar apropiado: fue el primer presidente del Senado de Buenos Aires; ministro de Hacienda de la Provincia; fundador de la Sociedad Camino de Hierro de Buenos Aires al Oeste (el primer ferrocarril nacional); titular del Banco Provincia en sus albores; vicepresidente de la primera Conferencia de San Vicente de Paul en el país…; y quizás haya sido muchas otras cosas que las historias argentinas relegaron al olvido. Don Felipe murió el 4 de abril de 1874, de un ataque de apoplejía. En su nombre se fundó el pueblo de Llavallol, hoy ciudad del partido de Lomas de Zamora. La índole sutil de su grandeza, que no reclama el homenaje póstumo, exige por ello mismo a la posteridad una memoria más escrupulosa.