El ikebana, un fuego de artificio
Allí estaba Felisa Sakata, con su compañera, la tarde del segundo y último día de la muestra, custodiando los preciados ikebanas expuestos en el Hall del edificio de 25 de Mayo 359. Volvieron los Ikebanas de la Fundación Ikenobo a la Bolsa, con timidez, humildad y la paz que transmite este arte milenario en pleno siglo XXI en Buenos Aires.
El carácter efímero del ikebana dio el título que, sin querer, propuso Felisa Sakata. “Estamos empezando, no retomando,” así lo describió. “La pandemia detuvo todo, y ahora estamos volviendo, pero con muchos principiantes, enseñándoles de a poco”, se disculpó Felisa, y agregó con orgullo: “la gente quiere aprender a hacer ikebana porque le encuentra un fin terapéutico, por estar en contacto con la naturaleza”.
Cuenta Felisa que ella aprendió en Argentina, pero que hizo cuatro viajes a Japón para capacitarse. Supo trabajar arduamente en cinco instituciones, hoy apenas lo hace en dos (Jardín Japonés y COAS), como si fuera poco, a pesar de que no los demuestra, los “80 años cumplidos”, según dice, ya le falla la memoria.
De todos modos, durante el encuentro fugaz con la cronista, fue identificando cada una de las flores compradas en el Mercado Central de Barracas, Olavarría y Vélez Sarsfield, para mayor precisión. Liciantus, (“dicen que injerto de rosa y clavel,” aporta Felisa), lilium, conejitos, yerberas, rositas, girasoles, strelizia, cala… va enumerando y se detiene a dedicarle una mirada especial a su obra: “Mi arreglo está humilde, en el sentido de que es todo chiquito, pero tiene su valor, es orquídea”.
Con su plácido tono conversador, cuenta: “hoy me mandaron un mail y me dijeron que por un mes no va a haber sol”. Poco creíble, doña Luisa. La muestra de Ikebana ya nos iluminó con su arte por bastante tiempo. Gracias por volver.