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Alejandro Christophersen

Más que un arquitecto, el artista de los planos y factótum del Edificio de la Bolsa de Sarmiento 299 fue una suerte de maestro renacentista surgido en pleno Siglo XX.

“Si algún día se escribe la historia de la transformación edilicia de nuestra populosa urbe, habrá que llenar muchas páginas para exponer la participación que Alejandro Christophersen tuvo en esa obra de progreso y de embellecimiento”. El comentario, publicado en diciembre de 1916 por el semanario Fray Mocho, expresa con elocuencia quién era para sus contemporáneos el artífice del cuarto edificio de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. “Hoy, los socios de la Bolsa pueden decir que habitan en casa propia…”, se congratulaban por entonces los directivos de la Asociación.

Poco cuesta imaginar el alivio de Christophersen en esa instancia definitiva que ponía fin a tres años de intensa labor. Tres años -un suspiro, apenas- durante los cuales el arquitecto y pintor tomó a su cargo absolutamente todos los aspectos del diseño del gigante: desde la estructura edilicia hasta las cartas con el menú del restaurante. Tres años, transcurridos en gran parte durante la Primera Guerra Mundial, que no habían dado tiempo a lamentaciones: ni por los mármoles de Francia y el granito de Alemania, cortados y ejecutados -también- según el diseño del maestro, y devorados por el mar junto con el navío Principessa Mafalda en el famoso naufragio de 1914; ni por el faraónico puente proyectado para unir los edificios de la Bolsa y del Correo a través de la Avenida Leandro N. Alem, que jamás llegó a construirse.

“Toda la cerrajería de arte, la herrería, las puertas de bronce, las barandas de las escaleras, demuestran la intensa labor y el cumplimiento como profesional de no dejar nada sin su intervención directa y así cumplir su verdadera misión de artista integral” (Arq. Alfredo Williams, 1966)

Se dice que Christophersen, como buen hombre de su tiempo, acuñó un criterio arquitectónico ecléctico e historicista; esto es, que escogió libremente entre las formas y los estilos a su disposición, legados por la historia del arte. Sin embargo, mucho antes de concebirse siquiera a sí mismo como arquitecto, “el artista de los planos” se vio obligado a considerar las múltiples y disímiles influencias que lo rodeaban.

Christophersen nació en Cádiz, España, en 1866. Hijo de padre noruego y madre andaluza, nieto materno de ingleses, contemporáneo de artistas mayúsculos que modificarían para siempre la percepción del mundo durante el Siglo XX (Romain Rolland, Eric Satie y Vasily Kandinsky, entre muchos otros), el arquitecto llegó a la Argentina con 21 años de edad para quedarse una temporada…, y nunca más se fue. Su formación, iniciada con estudios de bachillerato en Noruega, se consolidó en las academias de Bellas Artes de Bruselas (donde se graduó) y de París.

Progreso y belleza

¿Cómo era Christophersen en persona? En ocasión del 50º Aniversario del Edificio, el arquitecto Alfredo Williams compartió con quienes participaron de los festejos alusivos algunas noticias al respecto: Traía el alma llena de ensueños, y sus pupilas enriquecidas con bellas visiones europeas. Se asimiló a nuestra tierra y la amó como nativo. Buen mozo, fino, distinguido física y moralmente. Hombre de método, de “rigor obstinado”, de sistematización tan lúcida como pertinaz. Su ingenio era travieso; su finura no empalagaba; su señorío, de estirpe. Amenísimo conversador, con rápidas y oportunas salidas, y gracejo en sus dichos. Sus anécdotas son innumerables. Una dama de la aristocracia le envía un chofer para asesorarlo en el proyecto de un garage. Rápidamente contesta: “Mi chofer se entenderá con el suyo sobre lo que deba hacerse”.

El aporte arquitectónico de Christophersen a la ciudad de Buenos Aires es inestimable. Bastará mencionar -de entre sus más de 200 obras- el señorial Palacio Anchorena, donde funciona la Cancillería; el Café Tortoni, delicioso símbolo de la idiosincrasia porteña; y el moderno Edificio Transradio Internacional, que -con sus misteriosos detalles esotéricos- representa una de las construcciones más interesantes de la capital argentina. Como escribiera el redactor de Fray Mocho, progreso y belleza es lo que Christophersen ha sembrado a su paso: “Diríase que presidió aquel movimiento de evolución y de vida, y que lo hizo con todos sus entusiasmos, con toda su vehemencia, con toda su fe y su ahínco”. Por cierto, el Palacio de la Bolsa es testimonio incontrovertible de esa vocación.